Los cipreses forman parte del paisaje de los cementerios desde hace miles de años y todo apunta a que su fortaleza y resistencia harán que sigan presentes durante mucho tiempo, menos en nuestro cementerio.
En los últimos 20 años ha desaparecido en 80% del arbolado más antiguo. Por motivos de urbanismo (cemento), se viene justificando la muerte de arboles casi centenarios. Justificación, que como vemos 20 años después, no se ha reparado; quedando nuestro cementerio sin árboles y sin cemento.
Los cipreses tienen una larga vida, superando en algunos casos los 300 años y son muy resistentes a distintas adversidades climáticas como la sequía, las heladas, el frío o el viento, requieren poco mantenimiento, perennes y son además, refugio de aves que viven en torno a ellos.
Al crecer su raíz de manera vertical y recta hacia abajo, esta no crea los posibles estropicios que otro árbol ahí plantado causaría a las lápidas y otros ornamentos fúnebres, así como no permitiendo que bajo él, crea vegetación cuyas raíces puedan dañar las tumbas.
Las antiguas civilizaciones griega y romana ya lo plantaban y atribuían toda una simbología alrededor de la muerte. La forma ascendente y frondosa del tronco hacia la copa de este árbol encaminaba (según la mitología) las almas de los difuntos hacia los cielos.
En la mitológica griega existe el mito alrededor de Cipariso (cuya traducción es Ciprés), un joven que por error mató a su ciervo domesticado, siendo tan grande su dolor y pena que le pidió al dios Apolo que permitiera llorarlo eternamente, convirtiendo a Cipariso en un árbol (ciprés)y quedando, desde ese momento, relacionado este árbol con el duelo tras la pérdida de los seres queridos.
Nuestros seres queridos, quedarán atrapados en un cementerio frio y sin vida y sin cipreses que los guíen al cielo.
Descansad en paz, amigos, protectores y guías.